martes, 23 de febrero de 2010

Detrás de Shutter Island: La inaudita pero verdadera historia de las instituciones mentales

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"Shutter Island transcurre en un macabro mundo que apenas ha sido llevado al cine: el de las instituciones psiquiátricas de la década de los cincuenta, en una época en la que el tratamiento de aquellos con los más violentos ataques de locura estaba a punto de experimentar una importante revolución. Cuando los oscuros días de los psiquiátricos “estilo barracón” dieron paso a una nueva época de potentes cirugías cerebrales y fármacos neurológicos, los pacientes se perdían en instituciones kafkianas mientras otros eran conejillos de nuevos experimentos en los que se basaron nuestras teorías contemporáneas sobre la demencia criminal. A medida que el misterio de Shutter Island se desenreda, Martin Scorsese nos transporta a un oscuro mundo que se mantuvo oculto hasta hace muy poco.

Las instituciones mentales se remontan a la Edad Media, pero incluso antes de entonces, las sociedades se debatían sobre qué hacer con aquellos tan locos que podían resultar un amenaza en el mundo exterior. Dicen incluso que la expresión “barco de locos” hace referencia a los barcos sin rumbo que llevaban a los locos a alta mar como una primera forma de institución.

Los manicomios europeos de los siglos XVI y XVII son los antecedentes de los de Estados Unidos. Eran fundamentalmente cárceles, no centros de tratamiento, agujeros inhóspitos en los que los pacientes estaban encadenados y eran tratados como animales, golpeados hasta la sumisión y “almacenados” en condiciones espantosas, a menudo hasta su muerte. Quizá el ejemplo más atroz fue el enorme Hospital Bethlehem de Londres, cuyo nombre se redujo a Bedlam Hospital, que a su vez dio lugar a la palabra inglesa bedlam, que significa “casa de confusión”. El hospital abría sus puertas a los visitantes, que a cambio de un penique, podían contemplar, insultar e instigar a los prisioneros. La sociedad les consideraba herramientas de la voluntad del Demonio, así que había escasa compasión hacia su sufrimiento. Sorprendentemente, por el contrario, los manicomios medievales de Persia eran relativamente progresistas y usaban baños calmantes, terapia con música y formas iniciales de psicoterapia para intentar reinsertar a los pacientes en la sociedad. Bedlam fue también una película de Val Lewton de 1946 cuyo reclamo era: “¡Sensacionales secretos de la atroz casa de locos REVELADOS!”

No fue hasta 1792 cuando un manicomio de París probó a cortar las cadenas de los pacientes y pasar de mazmorras sin ventanas a habitaciones con luz. El hecho de que algunos pacientes considerados incurables se recuperasen afianzó esta visión. Surgió entonces lentamente la era del “Nuevo Tratamiento”, que daba más importancia a buscar una cura, aunque a veces con métodos extremos y salvajes. Lamentablemente, en un principio se experimentó con horrendos tratamientos que iban desde hacer girar a los pacientes a gran velocidad en sillas especiales a “calmarles los nervios”, torturándoles literalmente para “hacerles volver a sus cabales”. Estas técnicas sólo contribuyeron a aumentar la reputación de los manicomios como lugares de espanto de los que pocos regresaban a la sociedad.

A lo largo del siguiente siglo y medio, los manicomios occidentales siguieron siendo lugares rodeados de miedo y repugna. El primero de Estados Unidos fue fundado por Benjamin Rush en 1769 en Williamsburg, Virginia, y fue la única institución de este tipo durante medio siglo. En esos años, la mayoría de los enfermos mentales del país eran recluidos en hospicios o cárceles, hasta que en 1827 una “Ley Referente a los Lunáticos”, prohibió el encarcelamiento de enfermos mentales y se construyeron varias instituciones. Aunque había algunos ejemplos más progresistas, fundamentalmente los manicomios fundados por los cuáqueros en Philadelphia, Boston y Nueva York, seguían siendo instituciones bastante poco acogedoras desde el punto de vista actual, y era habitual el uso de camisas de fuerza e incluso purgas y sangrados.

También surgió una nueva categoría de enfermos mentales, aquellos cuya locura provocaba terribles crímenes. En 1859, Nueva York inauguró el primer Manicomio Estatal para Criminales Trastornados.

Tras la primera guerra mundial, con las revolucionarias teorías de Freud y miles de veteranos con síndrome de guerra, las instituciones mentales comenzaron a mejorar sus condiciones, aunque los tratamientos seguían siendo espantosamente duros. En los años veinte el Dr. Henry A. Cotton, que dirigía el Manicomio de Lunáticos del Estado de Nueva Jersey fue pionero en una serie de cirugías que incluían extraer dientes, amígdalas, intestinos y órganos sexuales para evitar infecciones que se creía que inducían a la locura.

En los años treinta, el Dr. Egas Moniz, un neurólogo portugués, empezó a experimentar con la técnica que luego se conocería como lobotomía prefrontal, una cirugía radical que seccionaba fibras nerviosas en la parte del cerebro asociada con las emociones. Aunque efectivamente el tratamiento calmaba a los esquizofrénicos y las psicosis incurables, tenía un gran coste para la personalidad del paciente. Moniz llegó a recibir el premio Nóbel por el descubrimiento de esta técnica.

Durante los años 40, la lobotomía dio lugar una nueva época de la psiquiatría que profundizaba en la fisiología del cerebro y en las formas de alterarla. La escalofriante cifra de 40.000 estadounidenses, algunos con depresión, retraso mental o simplemente un carácter rebelde, fueron sometidos a esta intervención de consecuencias irreversibles. Otros métodos extremos eran los comas inducidos con insulina y la terapia de electroconvulsiones, conocida como “terapia de choque”. Afortunadamente, a finales de la década, la aparición de potentes fármacos neurolépticos, como los antidepresivos y los antipsicóticos, prometía una vía de tratamiento más humana, aunque no exenta de controversia.

Tras la segunda guerra mundial, se crearon por primera vez instituciones dirigidas a pacientes con traumas relacionados con el combate, y esto dio lugar a tratamientos más complejos y menos agresivos. Mientras, tras la caída del Telón de Acero, las instituciones mentales de Europa Oriental se ganaron la terrible fama de ser brutales lugares de castigo para los disidentes y presos políticos, en los que experimentos de control mental hicieron que muchos que entraron cuerdos perdieran completamente la razón."
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Como os mencioné ayer, este artículo venía en la ficha que de la película "Shutter Island" habían elaborado los responsables de los Cines Albatros y Babel de Valencia. Aunque buscando en la red, me he topado con que el mismo artículo aparece en la web "The Dreamers" firmado por un tal Nacho.

2 comentarios:

  1. Muchísimas gracias por el artículo. Es tan instructivo!!!!

    (lo haya escrito quien lo haya escrito. Por cierto: qué bien citado. Me alegra ver que te preocupan los asuntos de autoría)

    No he visto Shutter Island, pero relacionado con este tema, recomiendo la incombustible "Requiem por un sueño", siempre sobrecogedora. ¿Tú la viste, Sulo? Yo recomendar a tú, pero tú sufrir mazo cuando ver-la.

    Saludito.

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  2. Pues sí, visto como está el asunto de los derechos de autoría, me curo en salud... je je je. No, en serio, es que puse el titulo en Google y me aparecié ese Weblog con el mismo artículo, así que, demos al César lo que es del César.

    Respecto a Shutter Island, si has leído mi entrada anterior te habrás dado cuenta que gustarme, lo que se dice gustarme, más bien poco.

    Si he visto Réquiem por un sueño, bastantes veces además, ya que Aronofsky es uno de mis directores favoritos... tienes buen gusto, je je je. De todas formas, gracias por la recomendación... y sí, se sufre un huevo con esa caída coral a los infiernos.

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