lunes, 18 de abril de 2011

Iván Rojo #4 - A cara de perro

Con unos días de antelación sobre los plazos previstos, ya está en circulación el Iván Rojo#4. ¡Impacientes!
A cara de perro

Hacer algo bonito. Escribir algo bonito, hablando con propiedad. Me he levantado con esa intención. Casi necesidad.  Necesidad. Igual es porque anoche ardió el cartón-piedra de las ficciones multicolores a lo largo y ancho y alto de esta ciudad. Igual es que todo el mundo tiene algo que le gustaría desintegrar en el fuego. Quizá, más bien, es que después de quemar las tragedias particulares durante toda la noche y un montón de noches más hoy sale el sol indolente sobre la realidad rastrera de las cenizas grises. No sé… Hablo del desierto de lo real visto desde mi ventana la mañana del día después del falso fuego purificador. La mañana del día después del día grande. La playa de Omaha el amanecer siguiente al día H. Me refiero a ese olor a muerte abrasada pero ni rastro de heroísmo, espero que me entendáis. En fin, supongo que el día más pequeño del calendario no es un buen momento para observar las ruinas humeantes esparcidas por todas partes, pero cuál lo es…. Las cenizas y las ruinas ocupándolo todo. Amontonadas contra los bordillos. Incrustadas en cada poro del asfalto. Conquistando sin quererlo las escaleras de los portales. Arrastradas por la brisa urbana hacia eternos remolinos de un segundo de duración en rincones sin salida. En fin, ascuas incombustibles llamando a tu mismísima puerta y susurrándote por la rendija que vienen para quedarse. Que nunca dejarán de hacerte hervir la sangre. Que cuando la estrella que iluminó tu vida explota y muere y desaparece nace otra más pequeña, sin luz, sin siquiera resplandor, pero más densa, más pesada y más fuerte que viajará sobre tu cabeza hasta el día de tu muerte. Los expertos las llaman estrellas de neutrones. Los expertos de verdad, estos cuatro y yo, las llamamos putadas. Pero a veces, casi siempre, siempre las palabras están de más. No importa el nombre que se les dé. Lo único que cuenta es cómo te afecta esa fuerza colosal. Alterando tu sentido de la orientación. Trastocando por completo tu campo magnético. Tu sentido del bien y el mal y de la belleza y la fealdad. Desmontando pieza a pieza el concepto de lo que hasta entonces llamabas Felicidad.

Ya digo, es lo que pensaba anoche mientras las calles ardían y los cinco nos resguardábamos del alegre estruendo de la pólvora y el “todo sigue su curso” y esa patraña del ciclo de la vida bebiendo a cara de perro ginebra azafranada en un bar lleno de mujeres guapas a las que observábamos como cometas que pasan de largo. Y no recuerdo lo que dije entonces pero sé lo que diría ahora. Sé lo que digo ahora. Ahora digo que está bien que así sea. Que no dejarse atraer por otras luces sigue siendo la opción acertada y lo será durante mucho tiempo. Que preferir mil veces la oscuridad en la que han acabado por sumirnos las que nos vimos condenados a querer es la prueba de que merecemos su luz especial. De que a nadie más se le comprimirán las pupilas hasta el infinito cuando las tengan delante. Y de que antes o después, aunque sea en el instante final, la verdad les estallará en la cara. Y ya no podrán ver nada más. Quizá sea demasiado tarde para cualquier cosa, sí, pero ya no podrán ver nada más.

Y el equilibro se restablecerá. Y lamentaremos la estupidez global pero no tanto como lamentaremos la estupidez particular de la que podría haberse hecho vieja a nuestro lado. Y aflorará en forma de pena lenta y espesa mientras veamos una película de no sé qué director o escuchemos una canción que ya nunca nos emocionará como una vez lo hizo. Y la seguiremos queriendo. Queriendo y odiando por siempre. Y sí, está bien que así vaya a ser. Porque lo otro… Lo otro es no haber vivido nunca.

En fin, dije que la intención era escribir algo bonito, no que fuera a conseguirlo.


Magnífico. 

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