lunes, 31 de marzo de 2014

El soul blanco de Nick Waterhouse también pasó por Valencia

Es curioso, pero de un tiempo a esta parte se ha producido una explosión de bandas que reclaman una vuelta al soul más clásico, al de los éxitos modelo Motown o la Stax, ya sabéis de que os hablo. Vale, okey, hablar de explosión tal vez sea algo exagerado. Más aún cuando esta gloriosa liberación simultánea de energía calórica, lumínica, pero sobretodo sonora, no ha recibido mucha más cobertura que las cuatro elogiosas críticas a otros tantos artistas en algún medio de corte generalista. Excepción hecha del fenómeno Amy Winehouse, claro está. Y es que la contralto londinense fue quien inició el proceso, mal que les pese a algunos. Pero además del malogrado proyecto Amy, durante los últimos años hemos visto surgir a gentes como Black Joe Lewis, Eli “Paperboy” Reed, Jeff Hershey & theHeartbeats, JC Brooks & the Uptown Sound, Sharon Jones & the Dap Kings o Nick Waterhouse. De algunos ya os he hablado en este mismo espacio, de Nick Waterhouse no y ello a pesar de haber firmado “Time's all gone”, uno de los mejores álbumes del 2012. Es ahora y con motivo del concierto que dio el pasado sábado en La3, en el que venía a presentar sus nuevas canciones incluidas en “Holly” -un disco tan bello como fea es su portada- cuando paso a plasmar mis impresiones.

La cosa pintaba bien aunque la sala no tanto. Al final la cosa dejó de pintar bien y la sala, como era de prever, no mejoró. Aunque vayamos por partes.

Para sorpresa de propios y extraños cuando llegamos a la puerta de La3 - una media hora antes de la hora fijada para el comienzo del show - había allí una cola que ni el día del estreno de Star Wars. Al final estuvimos algo más de media hora esperando para acceder al recinto, cosa que aún no entiendo porqué, vale que éramos muchos y la sala se petó, pero aún así no es tanta peña como para esa espera. Más aún cuando, me consta, hubo quienes tuvieron que aguardar aún más rato y accedieron al recinto con el concierto ya empezado. A nosotros al menos nos dio para ver/oír canción y media de unos teloneros, pareja chico-chica de Barcelona cantando en inglés, a quienes no pude dedicar la atención que seguramente merecían.

En fin, que en estas estábamos cuando salió a escena el joven Nick y su banda de magníficos músicos blancos venidos de ultramar. Porque Nick Waterhouse es blanco, como toda su banda, excepción hecha de una guapa corista provista de una voz aún más bonita. La referencia a la raza no es gratuita, lo prometo, tan solo es que no deja de sorprenderme que casi todos los herederos del gran James Brown - y gran parte de las bandas arriba mencionadas- estén capitaneadas/copadas por músicos más blancos que la teta de una monja. El caso es que lo mismo me da que me da lo mismo. Porque allí se respiró negritud. ¡Como el Dios del soul manda! La emanada por un veinteañero californiano, pulcramente vestido y peinado, que toca la guitarra como un auténtico maestro. Al igual que el resto de compadres, con mención especial para esa pareja de saxofonistas tan importantes para el devenir de un show en el cual los metales adquirieron un papel totalmente protagonista. 

Con todo y con eso he de ponerle un pero a la actuación. Que hago extensible al último disco de Waterhouse. Y es que dentro del repertorio no hay canción que baje el nivel medio, pero tampoco hay ninguna que lo suba. Vamos, que lo que desde un punto de vista conceptual puede resultar glorioso, también puede conducirnos a la senda del tedio. Y algo de eso, pero no mucho seamos justos!-, también hubo el sábado por la noche.

Lo que sí que hubo y mucho, es desubicados que se dedicaron a joder y acabaron por afear la velada. Y es que en consonancia con el sonido vintage o retro al que estaba consagrado el show, allí se congregaron demasiados veteranos de la noche borrachos y parlanchines a los que lo mismo les hubiera dado estar en un concierto de Estopa. El caso era pintar el mono y dar la nota. Yo la verdad es que no lo entiendo, porque encima el concierto era caro de pelotas. O tal vezya que, según me cuentan, hubo bastante peña que entró por el gañote gracias a un sorteo de entradas. Bien harían los obsequiosos “sorteantes” en pensarse mejor a quien le otorgan la gracia para futuras ocasiones. Y es que ya somos pocos los habituales del circuito, como para que encima nos vayan espantando. 

Esto último me ha quedado de un pedante que pa' qué y lo sé. Pero me da igual. Para estar a disgusto mejor me quedo en casa y como yo algún otro asiduo. A ver si esos Vietnam veterans asisten a una vigésima parte de los conciertos a los que acude este menda. He dicho. 

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