lunes, 24 de noviembre de 2014

Grifo (pero no aixeta)

En sus relatos, Charles Baxter apuesta por vidas pequeñas, insignificantes a los ojos del Creador, pero inabarcables en manos de quien las padece. El autor opta por la descripción detallada de los trasiegos cotidianos, conflictos mínimos y/o pequeñas frustraciones que acaecen en la vida de sus protagonistas, mayoritariamente parejas mejor o peor avenidas. Aunque lo mejor de todo viene al final de cada cuento. Nada de epifanías. Así que no esperéis que ninguna gran verdad os sea revelada. Ni falta que hace.

Grifo” recoge, en algo más de 500 páginas, los veintitrés mejores cuentos de este brillante narrador nacido en Minneapolis y del que ya os hablé (la mar de bien) aquí y también aquí. De hecho, algunos ya habían sido incluidos en el “Viaje de invierno” como los que dan título a aquella y a esta compilación. El caso es que da igual repetir. Siempre es un gusto leer, aunque se trate de releer, a quien posee una prosa tan fabulosa. Un tipo dotado de una sensibilidad especial para captar la voz del estadounidense medio, hasta el punto de que podrían nombrarlo portavoz de ese muermo de colectivo. Me refiero a las mal llamadas clases medias norteamericanas. Gentes que habitan en enormes áreas residenciales repletas de casas con idéntica apariencia (como las que ilustran la magnífica portada de RBA) y que la mayoría conocemos a través del cine. Junglas humanas en donde casi nunca sucede nada. O sí y ahí es donde interviene el ojo de Baxter, descubriéndonos como entre sus paredes, jardines, garajes, patios traseros y callejuelas transcurren un sinfín de historias mínimas escondidas a la vista de los demás.
“Se acercó apresuradamente a darle mano a Ellickson, y lo atrajo hacia él en un amago de abrazo. 
-Bueno. ¿Qué ha pasado?
-Lester, siento como si el pecho me fuera a estallar – Dijo Ellickson. 
-¿Dolor? ¿Te duele el pecho? 
-No, es más bien como un peso. 
-Bueno, entonces deberíamos ir a a urgencias. Yo ya no soy un médico de verdad. 
-Quiero que me examines. Por favor.  
Lester miró a Ellickson con su expresión ardillesca, tragicómica. 
-¿En serio? De acuerdo – dijo-. Quítate la camisa. Quiero auscultarte el corazón. 
Ellickson hizo lo que le decía.  
Lester se colocó los auriculares y aplicó el estetoscopio al pecho de Ellickson.
-Lester, mi mujer está embarazada. 
-Shhh. 
-No me deja hablar con Alex. 
-Shhh. Estoy escuchando tu corazón. 
-El tío de al lado es un asesino que vive en una nave espacial. Y yo lo único que quiero en esta vida es tomarme una copa. 
-¿Quieres hacer el favor de callarte? 
Por fin Lester bajó el estetoscopio. Un cardenal cantaba en el tilo de la calle, al otro lado de la puerta mosquitera. El aire olía a humedad, como si se avecinara una tormenta justo por debajo de la línea del horizonte, más allá del alcance de la vista, y aunque brillaba el sol Ellickson creyó oír el rugido del trueno. 
-Bueno- dijo Lester, sonriendo-. Hay una noticia buena y otra mala. 
-Dime la mala primero- le pidió Ellickson. 
-Sigues vivo – le dijo el médico. 
-¿Y cuál es la buena? - preguntó Ellickson. 
Lester se encogió de hombros. -La misma – dijo.
Muy recomendable. 

Para interesados en la causa: Baxter = Un poquito de Updike, algo más de Cheever, y un muchito de Carver. Ahí es

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