miércoles, 25 de noviembre de 2015

Elogio al cine de Larraín

El tipo tiene mi edad. Bueno, no exactamente. Sería un mes mayor que yo atendiendo a los exactísimos cálculos de longevidad de mi señora madre. Lo que quiero decir es que Pablete es un pipiolo, como este menda, pero su trayectoria cinematográfica ya es equiparable a la de realizadores nacidos dos, tres y hasta cuatro décadas antes que él. Pablo Larraín es hijo de Hernán Larraín, senador y presidente de la UDI -los fachosos de Chile-, y de Magdalena Matte, ex-ministra de Vivienda y Urbanismo en el gobierno de Piñera. Sin embargo los mensajes de sus películas poco o nada tiene que ver con muchas de las mociones secundadas por sus progenitores. Y es que, antipinochetista declarado, no se corta a la hora de manifestar que “la derecha es responsable directa de lo que pasó con la cultura en esos años, no solo con la eliminación y la no propagación de ella sino, también, en la persecución de autores y artistas". O "la derecha en el mundo no tiene mucho interés por la cultura y eso revela la ignorancia que probablemente tienen, porque es difícil que alguien disfrute o se encante con cosas que no conoce". No parece casualidad por lo tanto que el cuarto largometraje del director chileno fuese “No” (2012). Aquella cinta en la que Gael García Bernal interpreta a un publicista que desarrolla la campaña en favor del no en el plebiscito de 1988, para impedir que Augusto Pinochet continúe en el poder. Emocionante película que supone una anomalía dentro de la filmografía del realizador chileno. Y es que, a diferencia de lo que ocurre en el resto de su obra, “No” despliega entusiasmo y positividad, como no podía ser de otra forma dado la temática y el mensaje a transmitir. Si bien, esa metáfora colorista de la transición política chilena, no renuncia a la amargura del recuerdo, para lo cual se sirve de imágenes extraídas de documentales y programas televisivos de la época.

Más allá de “No”, quizás su película más reconocida hasta el momento, Pablo Larraín es responsable de “Fuga” (2006), “Tony Manero” (2008), “Post Mortem” (2010) y “El Club” (2015). También colaboró en la serie de televisión “Prófugos” (2011), emitida por HBO Latinoamérica, y tiene previsto presentar el próximo año un biopic sobre Pablo Neruda. A falta de visionar esa “Fuga” que supuso el debut del santiaguino en la gran pantalla, tan solo puedo afirmar que el tío es un fenómeno. Hay que rendirse a la obra y al buen hacer de este hombre. Alguien por quien merece la pena pagar la entrada del cine. Y cada vez quedan menos.

Post Mortem”, “Tony Manero” e incluso “El Club”, son películas con un toque de desasosiego que difícilmente dejan a nadie indiferente. La primera de las tres narra la historia de un empleado en la morgue de un hospital de Santiago durante los días previos al golpe. Es una película deliciosamente turbia protagonizada por un personaje de esos que se recuerdan por siempre. Mario, un administrativo cuyo cometido es pasar a máquina los informes de las autopsias en el depósito de cadáveres del hospital. Un tipo que fantasea con su vecina, una atractiva bailarina de cabaret, que desaparece misteriosamente el 11 de septiembre. Además del personaje, magistralmente interpretado por Alfredo Castro, también destaca Antonia Zegers, a la sazón ex-esposa y madre de los dos hijos del director.

Dos actores que también participan en “Tony Manero”, posiblemente mi cinta favorita de entre todas las mencionadas. Y la más sórdida de todas ellas. Se sitúa, al igual que “Post Mortem”, en el difícil contexto social que supuso la dictadura de Augusto Pinochet. Aquí el protagonista es un tal Raúl Peralta -otra vez interpretado de forma magistral por Alfredo Castro- que vive obsesionado con la idea de remedar a Tony Manero, el personaje de John Travolta en "Fiebre del Sábado Noche". Esas ansias de interpretar a su gran ídolo y su anhelo por ser reconocido como una estrella del mundo del espectáculo, le empujan a hacer lo que sea para cumplir su sueño. Vamos, que quien se entrometa ya sabe lo que le espera. La película es dura. Por momentos cercana al mal rollo. Sobretodo en un par de escenas que no revelaré y que son de esas que dejan marca.

Ya para acabar referirme a “El Club”, la última película presentada por Larraín y con la que obtuvo el Oso de Plata en el Festival de Berlín. En ella también participan el mencionado Alfredo Castro, la Zegers y otros habituales del universo Larraín como Jaime Vadell y Marcelo Alonso. La premisa es chula pero jodida. ¿Que hace la Iglesia con aquellos curas cuyas debilidades aconsejan apartarles de la luz pública? Pues antes que entregarlos a la justicia, que sería lo suyo, taparlos y taparse como institución a través de la técnica del retiro. Vamos, que se les oculta en casas de reposo, con sus cuidadores-controladores, sometiéndoles a una serie de estrictas reglas de convivencia que, entre otras cosas, les permita pasar inadvertidos ante los laicos residentes en el enclave escogido. Allí habrán de pasar el resto de sus días todos estos curas descarriados, colaboracionistas con regímenes con comportamientos poco cristianos, cuando no directamente pedófilos. Y de eso va "El Club". De una comunidad de este estilo sita en un remoto pueblo costero del Chile actual. Del día a día de estos curitas en ese retiro. De como purgan sus pecados y esconden sus miserias. Y de como, algunas veces, ese terrible pasado vuelve y todo aquello que parecía sólido se transforma en líquido cuando no en gaseoso.

Vean el cine de Larraín, bien que merece la pena.

martes, 24 de noviembre de 2015

Psicogeografía del East End

La verdad es que, pese a haberme topado con el término en más de una ocasión y gozar con textos y vídeos en los que se pone en práctica esta disciplina, no tenía mucha idea de que era esto de la psicogeografía. Es justo ahora, estando tan de moda en según que círculos -gracias a algunas relecturas de la serie “True Detective”-, cuando descubro que es una pariente de la geografía que, lejos de centrar su atención en hechos y fenómenos físicos, pone el acento en como el medio afecta al comportamiento del individuo y en como las emociones y conductas de los seres humanos dejan huella en ese mismo medio.

Al parecer la psicogeografía tiene su origen en la deriva urbana. En el flaneur parisino que a comienzos del XIX consagraba sus días a vagar por la ciudad siguiendo la llamada de las emociones, observando tanto el paisaje urbano como las gentes que en él habitan. Esa figura omnipresente en los cuadros de Gustave Caillebotte que también protagoniza los textos de Baudelaire, Robert Walser, Thoreau, Thomas de Quincey o el mismísimo Poe. Hoy día, además de la mencionada -aunque un tanto forzada- "psicogeografía sureña" creada por Nic Pizzolatto, tenemos ejemplos del fenómeno en las obras de Alan Moore, Will Self y muy especialmente en la de Iain Sinclair.

A este personaje es a quien yo quería llegar. Y es que, mi última y fatigosa lectura ha sido “White Chappell, Trazos Rojos” del mencionado Sinclair. Un escritor y cineasta de origen galés al que podemos considerar, con justicia, figura de culto. Eso a pesar de ser bastante desconocido para el lector en castellano, debido a lo escaso de su obra traducida a lengua cervantesca. He dejado caer que mi introducción al universo Sinclair ha sido una tarea agotadora. Y lo ha sido, pero también muy satisfactoria. ¿Por qué? Pues porque siempre es una gozada descubrir a un autor diferente. Alguien que propone algo completamente distinto a todo aquello con lo que esperaríamos toparnos cuando comenzamos un libro, empezamos una película o ponemos a rodar un disco. ¡Y que encima escribe tan rematadamente bien! Con una prosa preciosista, incluso adivinatoria, por momentos lenta, pero adecuada al objetivo buscado.

Luego está la cuestión del método. Es decir, la ya expuesta psicogeografía que, según el propio autor explica, “lidia con lugares, no con gente, con topografía y no con narrativa”. En este sentido, “White Chappell, Trazos Rojos” es una psicogeografía del East End londinense. Allá donde Jack el Destripador encontró a sus víctimas y probablemente cometió sus archiconocidos crímenes. El lugar en el cual dieron sus primeros pasos los Maiden de Bruce Dickinson. El hogar de gangsters de película como los gemelos Kray y centro del gueto judío en época victoriana. La casa del West Ham United, de donde salieron ilustres del balompié británico como Lampard, Ferdinand, Cole, Carrick o Defoe.

La acción de la novela intercala pasajes que transcurren en White Chappell contemporáneo con otros del siglo XIX. Los personajes del siglo XXI son cuatro corredores de libros antiguos, uno de los cuales descubre una copia de galeras del primer cuento de Sherlock Holmes, “Estudio en escarlata”. Este maravilloso hallazgo se mezcla con los crímenes cometidos siglo y pico antes por Jack “el destripador”. La narración del siglo XIX toma a sus personajes del ensayo “Jack el destripador: La solución final” del periodista Stephen Knight. En él, se especula con la existencia de una conspiración para encubrir la boda secreta entre el príncipe Eddy, duque de Clarence y Avondale, nieto de la reina Victoria, y una plebeya. El periodista sostiene que la última víctima de “el destripador” habría sido testigo de este matrimonio y que los asesinatos se llevaron a cabo para silenciarla. Al igual que al resto de prostitutas asesinadas, de alguna manera enteradas de las nupcias. Estos crímenes se realizaron de conformidad con los ritos masónicos por Sir William Gull, médico de la reina Victoria, un cochero llamado John Netley y el misterioso tercer hombre que, según especula Knight, pudo ser el pintor Walter Sickert. Justamente Gull es otra de las figuras centrales de este “White Chappell, Trazos Rojos”, junto a James Hinton, mejor amigo del médico de la reina, además de fanático religioso. Con todo, al libro le interesan los hechos mencionados para enmarcar la acción, pero no intenta demostrar ni desmontar la teoría de Knight. Sinclair está más  interesado en otras cosas que tienen que ver con el ocultismo, la religión, la ingeniería social y la experiencia urbana.

La novela es inclasificable. No estamos ante un ensayo periodístico, ni ante un novela policíaca, ni un hard boiled victoriano, ni una narración fantástica, ni siquiera histórica, sino que es todo eso y mucho más. Y comienza tal que así...
Existe una curiosa enfermedad del estómago en la que la úlcera crece como un tejido fibroso, coralino, que reemplaza a la musculatura, y la cicatriz divide ese sombrío receptáculo en dos zonas comunicadas a través de un istmo angosto. Una condición que no sin cierto temor los especialistas en patología describen como “estómago reloj de arena”.
Se pueden sentir las olas peristálticas mientras éstas pasan visiblemente por la parte superior del abdomen, de izquierda a derecha,como si fueran conscientes de la etiqueta diurna. Amigos de cirujanos las han observado hipnotizados, boquiabiertos, con el rapto de los que solean sus cabezas vacías al aire libre en el ocaso, ante esta revelación de mareas secretas. Un tedioso dolor se repite, picotea el hígado, y hasta la idea de comer se torna una tortura. Algo que comienza en la incomodidad se perfecciona con cada ingesta hasta colonizar toda la conciencia, hasta que abundantes vómitos, sorprendentes para los testigos casuales, traen alivio.
Nicholas Lane, descarnado, las manos sobre sus rodillas rígidamente angulosas, levantó la vista hacia el paisaje oscurecido, monótono, y después la bajó hacia el arenque a medias fermentado, mezclado con el moco color helecho que vertía de su garganta y se trenzaba en las duras lanzas del césped al costado de la carretera.
Trozos, que eran casi piel, se partían y caían al suelo. Lo arrebataron nuevas convulsiones. Sus huesos castañeteaban bajo su furia. Pedazos de bullabesa humeante se derramaban en un charco de sombra sobre la fina capa de nieve.
Ale, ahora a buscarla y a disfrutarla.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Hollis Brown, da' show

¿Cómo no estremecerse ante la voz rota de Bob Dylan relatando las penurias del campesino Hollis Brown? La historia de ese mísero habitante de sur de los Estates quien, desesperado y fuera de sí, decide terminar con su angustia vital, la de su mujer y la de sus hijos a disparo de escopeta. Cómo olvidar ese memorable final...
There's seven people dead

On a south Dakota farm

There's seven people dead

On a south Dakota farm

Somewhere in the distance

There's seven new people born.”
Pues bien, la mítica balada de Hollis Brown -incluida en el álbum “The Times They Are A-Changin'” del maestro Dylan- parece haber servido de inspiración a cinco tipos de NYC liderados por un tal Mike Montali. Al menos eso es lo que se deduce del nombre que han escogido para darse a conocer a través del mundo. Hollis Brown, una banda de rock que, tras unos primeros escarceos cercanos al garage neoyorquino, se embarcó rumbo a Nashville para capturar su actual sonido. Mucho más coherente con su elección nominal, todo sea dicho.

Lo cierto es que de aquel viaje/viraje surge el actual sonido de Hollis Brown. Una suerte de rock sureño un tanto suavizado, recogiendo notas del blues tradicional de los Apalaches, pero sin prescindir de las melodías pop. Un rock con marcado acento clásico que suena mucho mejor en directo que enlatado, como dejaron patente en el concierto ofrecido el pasado jueves noche en la sala El Loco. Y es que, por lo que a mí respecta, las canciones incluidas en este “3 Shots” presentado a comienzos del verano, tercer álbum en su aún corta trayectoria descontando el disco de versiones de la Velvet, es un paso atrás respecto a “Ride on the Train” de 2013. Vamos, que desde la primera audición tuve la sensación de que gran parte de aquellas promesas de futuro se habían desvanecido. Por supuesto que las comparaciones con Deer Tick y/o Diamond Rugs -John McCauley por partida doble-, llegan a resultar hasta ofensivas. Y la de Dylan mejor ni comentarla. Pero es que en la música, como pasa con los NBA, hay que utilizar el comparativo con sumo cuidado. Sino después pasa lo que pasa... Que la lista de olvidables rebosa tanto de nuevos Dylan como de nuevos Jordan.

En fin, a lo que iba, oseasé el conciertillo. Estuvo bien, así que me parece de justicia dejar eso claro. Y todo a pesar de que gran parte del setlist exhibido no me interesa lo más mínimo. Tampoco tengo nada que oponer a la entrega del quinteto esa noche. También tienen en su haber el conseguir crear cierto ambiente rockero en la sala, en confluencia con un público que, en demasiadas ocasiones y ante bandas de mayor envergadura, no ha sido capaz de sentir ni de padecer. Me viene a la cabeza el conciertazo ofrecido por Howlin' Rain hace ya cinco años en ese mismo recinto. El caso es que, pasando por alto todo eso, lo pasé bien. Por momentos hasta muy bien. Especialmente cuando sonaron “Rain Dance”, “Ride on the Train”, “Sandy” y las versiones de la Velvet Underground y Roy Orbison. En menor medida, también con “3 Shots” y “Mi amor”, canciones que en el disco me parecen discretitas, tirando a truño. 

No, si al final me ha quedado una crítica apañada y moderadamente loatoria. ¡Fíjate tú! Y está bien que así sea. ¡Larga vida al rock'n'roll!

jueves, 12 de noviembre de 2015

Las Meninas

No voy a ponerme aquí a desgranar las grandes virtudes que atesora la creación más celebre de don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, ni a relatar la influencia de este cuadro en la obra de unos cuantos artistas posteriores. Tampoco es mi intención ahondar en su condición de cumbre del arte barroco, ni resaltar el hecho - bien conocido por otra parte- de que estamos ante uno de los grandes momentos de la pintura occidental. Ni siquiera abordaré el asunto de los enigmas que el lienzo encierra, por mucho que resulte fascinante elucubrar sobre esos secretos ocultos -algunos no lo son tanto- que Las Meninas esconden a plena vista.

Durante siglos, el cuadro que representa a la familia de Felipe IV, ha inspirado a artistas y escritores, convirtiéndose en un verdadero icono cultural. Los últimos en caer rendidos han sido los madrileños Santiago García y Javier Olivares, guionista el primero, ilustrador el segundo, de ese fantástico tebeo titulado precisamente “Las Meninas” y que ha sido justísimamente galardonado con el Premio Nacional del Cómic 2015. El jurado lo ha elegido por, literalmente, “ser una obra que asume un riesgo en la estructura narrativa y en el planteamiento gráfico que se resuelve con brillantez, y por constituir un buen acercamiento a la figura de Velázquez, su época y su influencia en otros artistas”.

Y no es moco de pavo. Porque sumergirse en él y en la deconstrucción que de la figura de Velázquez y su proceso formativo/creativo que le habría de llevar hasta pintar "Las Meninas", es una de las mejores cosas que le puede pasar en estos momentos a un apasionado del mundo de la historieta. Y hasta del universo pictórico creado por el gran maestro sevillano, ¡que coño! 
 

martes, 10 de noviembre de 2015

Noviembre de 2015. XÉ XÉ XÉ S'AFAITA O QUÉ aka SALMODIAS PARA ESPANTAR LAS CALORES DE UNA PUÑETERA VEZ

Consumidos los diez primeros días del mes y aún no les había hecho partícipes de esta preciosidad. xé xé...  es que soy un puto desaborio. Eso y que no tengo respeto por mi -cada vez más- escaso público. ¡Manda caralho! En fin... ...que asín semos... ...que le vamos a hacer.
Así que ¡ale!, sin más preámbulos ni esbozos de excusa... Aquí os dejo con la SulotK de noviembre. La penúltima del año y en la que se incluyen canciones nuevas de Cuello y Caspian o el avance de lo que será el decimoprimer álbum de Weezer, con impactante portada papal para celebrarlo. También una delicatessen firmada por los Garotas Suecas incluida en su nuevo EP y la curiosidad que supone el ver como colaboran los líderes de dos bandas tan diferentes, a priori, como The National o Menomena. La cosa se llama El Vy suena bastante bien. Espero que como el bon vi gane enteros con el tiempo. También andan por ahí gente nueva como Korey Dane, las Marineros, The Deslondes... y nuevos-viejos como Eilen Jewell con su "Worried Mind". En fin, polla güena, como siempre. Disfruten de la listica y discúlpenme por el retraso... 

viernes, 6 de noviembre de 2015

...y ahora Dronizado (o como se escriba eso)

No creo que sea cosa de Ribó y los nuevos tiempos de la política municipal, pero lo cierto es que el volumen de conciertos interesantes programados en esta puta ciudad, se está incrementando hasta unos niveles que me hacen temer por mi salud económica y también la otra. Vamos, que este páramo está empezando a ponerse serio y en consecuencia las bandas internacionales ya no pasan tanto de largo cuando emprenden sus giras peninsulares. Cuento esto porque el pasado miércoles, absolutamente embotado con la dulce resaca que me dejó el show de don Ezra Furman la noche anterior, acudí hasta la sala 16 Toneladas para recibir un puñetazo sonoro al cargo de los Drones. Ojo, The Drones la banda australiana, no confundir con el esperpento que han firmado este año unos desnortados Muse a los que ya -y ojalá me equivoque- ni están ni se les espera.

Y es que por fin llegó el día en el cual la banda de Gareth Liddiard había de pasar por la capital del Regne -blavero mode ON- en el marco de una gira muy esperada por algunos. Vamos, por este menda y supongo que por todos aquellos fans que aún no habían tenido la suerte de ver a The Drones desenvolviéndose en su medio natural. Que es y ahora lo puedo afirmar con conocimiento de causa, el puto directo.

Ha pasado tiempo desde que estos australianos se hicieran un nombre con aquel lejano y maravilloso “Wait Long by the River and the Bodies of Your Enemies Will Float By”. Disco en el cual se incluye lo más parecido a un himno que tienen -y tendrán jamás-. Os hablo, por supuesto, de “Shark Fin Blues”. Canción que interpretaron anteanoche y por culpa de la cual, aún ahora mientras escribo estas líneas, la cabeza me da más vueltas que en un tiovivo. ¡Que puta barbaridad! Cómo sonó la jodía!!! Y es que diez años después el tema sigue produciendo escalofríos en el mejor de los sentidos. También es verdad que el disquito no era poca cosa. Vamos, que era cosa mayor -como diría el menda de la pachorra que ocupa La Moncloa-. Tampoco la preciosa reedición en vinilo doble que los colegas se han sacado de la manga este 2015. Motivo por el cual, supongo, durante la gira andan tirando del mismo para elaborar los setlist
Y es que la cosa no acabó con el blues del escualo, sino que, también hubo tiempo para que los aussies sacaran a pasear otros trallazos como “Baby”, “This Time”, “Locust” o “Sitting On The Edge of the Bed Cryin”, en su versión más descarnada, ruda y hasta virulenta. Con un Liddiard en modo contorsionista, pataleando y escupiendo como si estuviese poseído por alguna de esas deidades aborígenes que le quedan tan cercanas. Eso en los gloriosos interludios entre sermón y sermón, ya que, por si no lo sabéis, de eso va realmente la cosa, con un Liddiard que cuando canta parece un Nick Cave con guitarra y más rockanrolizado. Si bien, sin tantos aspavientos como su paisano y con los ojos fijos en el techo durante gran parte del discurso. Con el beneplácito de la señorita Fiona Kitschin, claro está, todo el concierto a su vera aporreando el bajo, mientras ofrece su espalda a gran parte de la audiencia. Excepto cuando le toca participar de los coros, obviamente. 
 
Una actuación brutal en lo sonoro e hipnótica en lo sensorial en la que también hubo tiempo para rescatar temazos del pasado. Es el caso de ese "The Miller's Daughter", incluido en su segundo álbum, con el que consiguieron ponerme los pelos de punta. También para incidir en composiciones más modernas como ese “I See Seawed” que da título a su último elepé hasta el momento, a expensas del lanzamiento del nuevo, del cual adelantaron “Taman Shud”. También es verdad que no fui capaz de identificar todos los temas interpretados, por lo que es harto posible que incluyeran algo más del nuevo material. Dio lo mismo. Disfruté esas canciones tanto o más que las (re)conocidas. Y es que, a cualquiera que hubiese estado presente -no demasiados, ni un tercio del aforo lastimosamente- le hubiera resultado imposible no dejarse llevar por tamaña demostración de entrega y talento.

Otra cosa me gustaría decir, ya para acabar. Es respecto a la mencionada “Taman Shud”. Canción que, lo reconozco, enlatada no me parece gran cosa. Extraña eso sí. Sin embargo, sobre las tablas del 16 Toneladas sonó gloriosa. Una de las mejores de todo el setlist. Y es que a través de ella sola y en los pocos minutos que duró esa interpretación, los Drones fueron capaces de sintetizar la retahíla de influencias que se suelen citar para etiquetar su música. Una ristra de músicos y de músicas entre las que no se suele citar a los Eitürzende Neubauten y al avantgarde berlinés pero que, a la vista del tattoo que lucía Liddiard en el antebrazo -el archiconocido logo de la banda liderada por Blixa Bargeld- y teniendo en cuenta la extraña estructura compositiva de la pieza musical compuesta por el cuarteto de Melbourne, igual habría que empezar a replanteárselo. 

En todo caso ¿qué más da? La música de los Drones es inclasificable. Y está bien que así sea.
Sin embargo sus conciertos, según he leído y ahora he vivido, si son clasificables. Exactamente en el top del ranking de actuaciones. No cabe mejor clasificación. Y es que estos tipos son una banda de directos, de las de verdad, con todo lo que supone eso. Unos monstruos. ¡Menudo regalo nos ofrecieron a los allí presentes! Para un servidor, el segundo que le hacen de este nivel en tan solo dos días. Esas cosas no pasan muchas veces. Aún flipo con ello. Y lo celebro.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Exposición de Munch en el Thyssen

De esto no os había hablado y la verdad es que no tengo excusa. Y es que, ya han pasado varias semanas desde que aterricé en Madrid y tuve la inmensa suerte de toparme con esta maravillosa muestra dedicada a la figura más prominente del arte noruego. Así que, como imploraba el monje Salvatore, inolvidable personaje de “El nombre de la Rosa”, “penitenciagite!!!”

Como reza en la imagen que ilustra esta entrada, me estoy refiriendo a la exposición “Edvard Munch, Arquetipos”, del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. La primera retrospectiva del autor de “El Grito” en España en tres décadas y para la que se han reunido la friolera de ochenta obras, algunas de ellas muy conocidas. Una cifra más que suficiente para repasar todas y cada una de las obsesiones de este angustiado pintor y grabador, referente incuestionable para los expresionistas alemanes de principios del Siglo XX.

Al parecer Munch decía de sí mismo que, del mismo modo que Leonardo estudiaba la anatomía humana y para ello diseccionó cuerpos, él intentaba diseccionar las almas. De ahí que los temas más frecuentes en su obra sean aquellos relacionados con los sentimientos y las tragedias. Supongo que ese es el motivo por el cual la exposición del Thyssen se estructura en diferentes secciones a partir de arquetipos emocionales. Representados por seres humanos a los que vemos -o simplemente vislumbramos- en diferentes escenarios, manifestando obsesiones existenciales como el amor, el deseo, los celos, la ansiedad o la muerte, amén de estados anímicos como la melancolía, la pasión o la sumisión.

Entre todas las secciones destaca sobremanera, o al menos así me lo pareció a mí, la dedicada al pánico. Y entre las obras que la integran “Ansiedad” de 1896, una de las versiones que hay de “El Grito” de 1893 y “Pánico en Oslo” de 1917. Tres representaciones en las que el entorno urbano aparece como un lugar estresante y agitado, donde el hombre se ve sometido a una experiencia traumática.

También me impresionaron los cuadros cuya temática es la muerte. Como esa “Niña Enferma” de 1907 pintado a base de gruesos empastes, con lo que el pintor de Loten quiso simbolizar la materialidad de la carne deteriorada de los muertos. Y que decir de los encuadrados en el espacio dedicado a la melancolía, con “Atardecer” (1888) y “Melancolía” (1891) a la cabeza. Obras en las que Munch nos muestra a la naturaleza como espejo de las emociones más profundas.

En definitiva, una maravillosa muestra que, si no me equivoco, estará expuesta hasta mitad de enero y que, si tienes tiempo y dinero -tampoco tanto- no deberías perderte. Desde luego que, si te pilla por Madrid o alrededores, no tendría sentido que no fueras. Suloki dixit.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Furmanizado

A ver. El que la visita de Ezra Furman esté pasando casi desapercibida para tantísima gente de esta país, inclusive dentro de selectos ambientes musicales, no tiene perdón de Dios. Menos aún en el caso de estos últimos, repletos de eruditos de la cosa tan proclives a pontificar en sus columnas, foros de Internet y hasta conversaciones de barra de bar -musical o no-. Y es que con menos de treinta años y seis álbumes sobre la chepa -los tres primeros junto a The Harpoons- la que está liando este chaval es de aúpa. No solo porque sus discos, especialmente los dos últimos, sean una puta maravilla, sino también y muy especialmente debido a su exuberante directo. Algo digno de ser visto.
Os lo digo yo, que fui uno de los pocos privilegiados -¡no había ni media sala!- que asistió al desparrame pop-rock-punk-garage y dos huevos duros que el de Evanston protagonizó en el Teatre La Rambleta durante la noche del pasado martes. No creo que ni una sola persona entre los presentes saliera defraudada. ¡Para quedarse inmune ante tamaño arsenal! Veintidós torpedos musicales con los que el tipo se metió a todo quisque en la butxaca.

Y eso que asistí con la expectativa muy alta, lo cual tiene sus riesgos. Pero dio absolutamente igual. Este hombre está muy por encima de todo eso. Da la sensación de que se halla en su momento y justamente por eso es justo ahora cuando hay que verle y gozarle. También es verdad que, mi enamoramiento es tal, que aún si vuelve ya más talludito y viviendo de las rentas, con el ansia, la rabia y hasta la inspiración tamizada, también acudiré a su encuentro. Solo sea por comprobar cuanto se perdió en el fuego y sobretodo para disfrutar de lo que quede, que seguro será mucho.

He mencionado antes que sus dos últimos discos me parecen grandiosos. Asombrosos, añadiría. Porque están repletos de cortes a cada cual más diferente, conformando así una enorme madeja que hace imposible etiquetar su música. Evidentemente el tipo está abierto a todo tipo de ideas y tendencias. Se acerca a ellas, las deglute, luego las digiere y al final nos presenta esa transformación en forma de canciones, a veces delicadas y otras absolutamente desgarradoras. De ahí que se haya querido ver en su música el sello de unos Violent Femmes, Paul Simon, Jonathan Richman, los Beatles, los New York Dolls y por supuesto el puto David Bowie. La marca de este último es visible hasta en la pose que Furman adopta sobre el tablao -aquí en Valencia apareció con pelo azul, labios pintados y ataviado con un enorme collar de perlas. Tan solo echamos en falta la faldita exhibida en otros parajes. La próxima vez será-. Todo esto para señalar el mayúsculo acierto que supuso, a mi parecer, que el noventa por cien de la actuación estuviese consagrada a enaltecer los cortes del “Day of the Dog” (2013) y el recientemente publicado “Perpetual Motion People” (2015). Un álbum este último que, lo anticipo, aparecerá muy -pero que muy- arriba en el ranking de recomendaciones musicales de TCBUP al cierre de ejercicio.

La cosa comenzó sosegada, con “Day of the Dog”, pero rápidamente se aceleró con varios cañonazos incluidos en ese mismo disco como “Anything Can Happen”, “I Wanna Destroy Myself”, “Caroline Jones” (cara B del single “My Zero”) y un par de aportaciones extraídas de “The Year of No Returning” (2012) – en concreto “American Soil”, que sonó como un trueno, y “Bad Man”-. En este primer bloque también tuvimos la suerte de disfrutar de una versión sosegada de “And Maybe God is a Train”, que, si bien la prefiero en su formato original, demostró la capacidad de reinvención que tiene el andrógino geniecillo.

En el segundo bloque se aglutinaron varios de los platos fuertes de la velada. Cosas tan brillantes y a la vez tan diferentes como “Lousy Connection”, “My Body Was Made”, “Wobbly”, “Haunted Head”, “Tip of a Match” y la delicada “Ordinary Life”, canción que, según nos contó el propio artista -no sé si medio en broma- escribió en un momento bastante jodido en el cual decidía sobre su permanencia en el mundo de los vivos. También se paseó por allí el jitazo por excelencia de la corta pero larga trayectoria de Ezra Furman: “My Zero”. Lástima que fuese justo aquí -y solo aquí- cuando “The Boyfriends”, cómplices musicales del susodicho de un tiempo a esta parte, se desajustasen un poco. Ni siquiera creo que fuese culpa del principal implicado, el saxofonista Tim Sandusky, quien con su instrumento es el responsable de aportar esos toques tan elegantes e intensos característicos del universo Furman. Para finalizar y descontando el asunto de los bises, sonaron “The Mall”, “At the Bottom of the Ocean” y poniendo todo aquello patas pa'rriba ese himno titulado “Tell'em All to Go to Hell”.

Después vino la sorpresa en forma de bises. Y digo sorpresa no por el consabido teatrillo que esta práctica absolutamente desvirtuada, pero por todos aceptada, supone. Tampoco por la euforizante despedida a través de “Restless Year”, momento esperado hasta por el menos avezado entre los allí presentes. Me refiero a la libérrima adaptación del “Crown of Love” de los Arcade Fire que se sacaron de la manga Mr. Furman y sus novios, amén de la presentación a pelo -vamos, el peliazul pero sin banda de acompañamiento- de una nueva canción titulada “Penetrate” o “Penetration”.
Y hasta aquí.... Eso es todo lo que os tenía que contar. Tan solo me queda darle las gracias al artista por recordarnos que la música, aún hoy día, sigue siendo el mejor antídoto contra la depresión. Sobretodo en los tiempos de zozobra que nos está tocando vivir.

Pensaba que el concierto estaría bien, pero fue aún mejor. Uno de los mejores – sino el mejor- del año 2015. 

martes, 3 de noviembre de 2015

Legítima heredera de Loretta

Esa jodida manía de etiquetar y clasificar toda nueva propuesta musical y a su perpetrador. Esa jodida manía de señalar la ascendencia musical del susodicho y declararle heredero de prominentes figuras del pasado. Esa jodida manía que tranquiliza a crítica y publico, remitiéndonos a los melómanos -de medio pelo- a descubrir cual será la siguiente nueva tendencia. Esa jodida manía tan mal tolerada por algunos de los protagonistas de la música así etiquetada. Esa jodida manía que hace que, con precisión de relojero, año tras año asistamos al nacimiento de un nuevo estilo musical y al advenimiento del nuevo Dylan, el nuevo Bowie, los nuevos Joy Division y hasta el nuevo Camarón...

Pues bien, de no ser por esa jodida manía este menda no habría podido sumergirse en los maravillosos mundos de doña Eilen Jewell, also know as la nueva Loretta Lynn. Jodías manías que, al final de la carrera, ni son buenas ni malas sino todo lo contrario. En este caso todo lo “countryario” -ouyeah-. Y es que la Jewell puede llegar a ser en el mundo del country lo que en su momento fue la Honky Tonk Woman. Así lo afirman algunos de los que saben de esto. Si bien, esos mismos son quienes señalaron como trasunto de “la hija del minero” a personalidades tan dispares -sobretodo en lo que a calidad musical respecta- como Lucinda Williams, Gillian Welch, Tift Merritt y últimamente (OMG!) en la señorita Lindi Ortega. Pasando por alto la coña que supone esta última comparación, a la única que veo en el papel -además de a Eilen- es a Lucinda y con matices. Nunca a una hoy retirada (¿?) Gillian Welch quien jamás consiguió enamorarme y mucho menos a la señorita Merritt, mucho más en la onda de Joni Mitchell.
El caso es que el descubrimiento de Eilen no se ha producido ahora. Esta bitácora ya se hizo eco del fantástico espectáculo ofrecido en Valencia por la cantautora de Boise hace unos años. Fue en octubre del 2010 y gracias a un concierto al que acudí con muchas expectativas, pero también con algo de miedo, como si de una cita a ciegas se tratara. Todo ello por mor de la machacona campaña publicitaria en ciertos medios, bien aderezada de loas y parabienes. Y es que muchos saludaron efusivamente aquella gira española, la segunda de esta rubia de porcelana por la piel de toro. Eso hizo que este menda se interesase en comprobar si por los poros de la Jewell realmente rezuma el espíritu de Loretta, más allá de ser la responsable de un bonito homenaje, en forma de disco del año 2010, que se titula “Butcher Holler: A tribute to Loretta Lynn”. A Dios gracias que me dejé seducir y fui al evento. Desde entonces soy fan...

...y desde entonces suplico por que la señorita comparta sus nuevas canciones. Amén de su vuelta a la noche valenciana para defenderlas sobre las tablas. Alguien por allá arriba debió atender mis plegarias ya que durante este 2015 hemos tenido la suerte de disfrutar de un nuevo disco de Eilen Jewell -“Sundown Over Ghost Town”- y de que programe un bolo en Valencia para presentárnoslo como es debido. Esto último pasó durante la noche del pasado jueves y de eso es de lo que os quería hablar. Un concierto al que la diva vino acompañada de esa fantástica banda en donde destaca sobremanera, además de ella misma, un extraordinario guitar-hero llamado Jerry Miller. También el bataca Jason Beek, a la sazón su marido y padre de esa niñita que les acompaña durante la gira. La misma a la que dedicaron una deliciosa versión del “My Girl” de los Temptations a modo de despedida y cierre.

El concierto -celebrado en El Loco- estuvo centrado, como no podía ser de otra forma, en los cortes incluidos en su último lanzamiento. Un álbum con un sugerente título que alude a su nueva residencia en Idaho, su tierra natal, a donde la familia Beek-Jewell decidió retornar tras unos años afincados en Boston. Se trata de un disco de corte más intimista e introspectivo que los anteriores, al que cuesta entrar pero del que, una vez dentro, es bastante difícil salir. Así pues, en el tracklist de la noche se colaron joyitas como “Worried Mind” -canelita fina que sirvió para romper el hielo”, “Hallelujah Band” -cançoneta repleta de notas autobiográficas-, “Río Grande” -con rasgueo de guitarra a lo flamenco incluido- o “Song Bird” -también dedicada a su omnipresente bebé-. Por supuesto recuperó cortes de su álbum más reconocido, aquel “Queen of the Minor Key” del 2014 y gracias al cual bailoteamos con “Ban Bang Bang”, nos tranquilizamos un poco con “I Remember You” y nos emocionamos con esa delicia que es“Santa Fe”, más aún en la forma que fue interpretada: a pelo -voz y guitarra, vamos-. Con lo que quedó patente que sí, que es verdad, que se podrá discutir quien es más o menos heredera de la señora Loretta, pero no quien es la auténtica "reina del tono menor". Entre medias también hubo tiempo para que se colaran la fantástica “Rain Roll In” del “Sea of Tears” (2009) -mi canción favorita de su ya amplio repertorio-, o “Richman's World” y “Mess Around” incluidas en sus dos primeros -y olvidados- discos de estudio. Y como no, las fantásticas versiones marca de la casa. Además del mencionado jitazo de los Temptations, el “Shakin' All Over” de Wanda Jackson, “Drop Down Daddy” de Lucinda Williams, “The End of the Line” de Bob Willis & His Texas Playboys y, of course, “Fist City” de Loretta Lynn.
En definitiva, un concierto tremendo al cargo de alguien que pasa por ser una de las voces más interesantes de la música norteamericana actual. ¡¡¡Que nos dure pardiez!!! Y que la podamos ver por aquí cuantas veces que haga falta.

Y eso es todo...

...bueno... no. Se me olvidó comentar que hubo teloneros. Respondían al nombre de Miss Tess and The Talkbacks. Dueto de Nashville que practica una suerte de country-rock, con una deriva algo más swing que la banda teloneada. Además participaron como músicos de acompañamiento en algunas de las versiones interpretadas por Eilen Jewell y su banda durante el show. Algo que, sin ningún género de dudas fue su mejor aportación a la velada. Y es que las canciones propias de Miss Tess y su compañero, sin estar mal del todo, no me parecieron nada del otro jueves.

Y ahora sí que está todo...
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