lunes, 16 de mayo de 2016

Llamadle Ismael, joder...

Al parecer, aunque sea científicamente inexacto o al menos no todo lo exacto que debiera, usamos el término ballena en un sentido demasiado amplio, refiriéndonos a todos los grandes cetáceos incluidos en el suborden Mysticeti como el rorcual azul y a varias especies del suborden Odontoceti como por ejemplo el cachalote. A Philip Hoare, editor de fanzines, ex-mánager de alguna banda punkarra, diseñador de portadas de discos e incluso dueño de una discográfica, le sienta muy bien ese trazo grueso. ¡Y es que le molan todos ellos! Siente auténtica pasión por estos enormes mamíferos marinos, ¡incluso obsesión! Y no solo por las ballenas, sino por todo el universo formado en torno a ellas. Incluyendo ahí -¿cómo no?- a Herman Melville y a su ballena asesina. 

Reconozco que, hasta introducirme en este absorvente ensayo titulado "Leviatán o la ballena", a mí, el mundillo de los cetáceos ni fu ni fa. Ni siquiera he leído el ópus magnum de Herman Melville -cuestión esta que pienso enmendar en breve- siendo mi único acercamiento a Ismael, el siniestro capitán Ahab y la historia de Moby Dick, el que me llegó a través de la adaptación cinematográfica firmada por John Huston en el año 56.

Con esos antecedentes no se entiende muy bien el regocijo que ha supuesto para mí la lectura de este tocho publicado en 2.009 y ganador ese mismo año del Premio Samuel Johnson al mejor ensayo en Reino Unido. Pero es que el entusiasmo que muestra su autor por las ballenas es contagioso. Hoare irradia pasión por el bicharraco de marras y nos lo transmite en un volcado de datos históricos, literarios y en menor medida científicos. Todo ello trufado por un cúmulo de vivencias y experiencias personales que hacen que el libro transite entre el rigor del ensayo zoológico, la curiosidad que suscita la literatura de viajes y lo ameno de una novelilla de aventuras.

Una verdadera obra maestra sobre la contradictoria relación que el hombre ha mantenido con esos leviatanes del mar a lo largo de la historia. En algunos casos con posiciones no tan alejadas a la de aquel capitán del Pequod, barco ballenero de "Moby Dick", que consagró su vida a navegar por los siete mares con el fin de capturar a su presa. 

Un gran libro que puede suponer un buen punto de partida para explorar el mito y el misterio de esos grandes e incomprendidos mamíferos marinos.

miércoles, 4 de mayo de 2016

DJ en el LC (Visions of Us in El Loco)

Para cualquier noventer amante de la buena mierda -siempre hablando en términos musicales, no seáis mal pensados-, las melodías de Damien Jurado han tenido una presencia constante desde aquellos inicios en los que, ayudado por Jeremy Enigk (Sunny Day Real Estate), pasara a formar parte del catálogo de Sub Pop. Si bien esa gloriosa coincidencia de personalidades queda hoy muy lejana. Tanto como los veintiún añicos que median, que se dice pronto. Tiempo que le ha válido a este cantautor con apellido de tonadillera para publicar catorce álbumes, algunos muy buenos y otros no tanto, pero siempre alejados de la mediocridad imperante.

El caso es que, en todo ese tiempo, he tenido la suerte de verle en directo un puñao de veces. Y es que el tipo no ha parado de girar por España, con ocasionales visitas a Valencia. Contando la última, la que aquí me ocupa, creo que son cuatro los recitales al cargo del a veces orondo y otras barbudo folk-singer de Seattle a los que he asistido. Y de todos ellos guardo un grato recuerdo. Es difícil resistirse a ese folk-rock tan sentido, a esa americana a la maniera de Jurado con su psicodélica deriva y a esa increíble capacidad de sobrecoger. Recuerdo con especial cariño aquel bolo en el Black Note, en la gira promocional de “Caught in the Trees”, cuando vimos a un Damien Jurado sumamente hundido, lloroso, sintiendo a flor de piel todas y cada una de sus letras. Un show deliciosamente triste, como el disco del cual se nutrió. Música surgida desde las entrañas que dejó a su protagonista como una piltrafa al final de la velada.


Un sentido "sí home" de Damien



Fue justo con ese disco con el que Jurado comenzó a convertirse en una suerte de Carver con guitarrita. Si bien recuerdo haber leído en alguna parte, que por aquel entonces el tío desconocía la obra de uno de los puntales de la literatura norteamericana. Sea cierto o no, el caso es que ahí se operó un cambio en el punto de vista de sus composiciones, pasando a relatar tragedias personales en primerísima persona y por consiguiente dejando expedita la vía para abrirse en canal ante el respetable. Sin embargo, justo en la cúspide de su inspiración –a mi modo de ver-, el señor Jurado decidió dar otra vuelta de tuerca y esta fue cuando menos sorprendente. Ya se aprecia en su siguiente disco, “Saint Bartlett”, en donde dejará de ser un cantautor al uso para indagar en esa suerte de pop experimental, con cadencias incluso jazzísticas, que estará presente en todos sus álbumes posteriores.

Y no es que me parezca ni mal ni bien, solo es que prefiero al Damien Jurado cantautor, especialmente al más oscuro y cagapenas. Si me apuráis, incluso le prefiero en su versión más rockera y juvenil presente en aquel “I break chairs” del 2002, cedé que llegué a rayar de las vueltas que le pegué. Pero bueno, todo es cuestión de adaptarse y aunque reconozco que me costó aceptar a ese álter ego místico que protagoniza sus tres últimos álbumes, el reciente “Visions of Us on the Land” (2016) me tiene absolutamente atrapado.

Ese es el motivo por el cual, muy a última hora, decidiera acudir a la sala El Loco el domingo por la tarde. Un espectáculo en el que el señor Jurado interpretó de manera solvente gran parte de los cortes incluidos en su último álbum, el que supone el cierre del viaje espiritual de ese trasunto de sí mismo que nuestro héroe se ha sacado de la manga. Aunque bueno, ya veremos, porque lo mismo se dijo tras “Brothers And Sisters Of The Eternal Sun” (2014) y a Dios gracias que no fue así.

Del concierto tan solo decir que, en líneas generales estuvo bastante bien y por momentos requetebién (ea!). Con un sonido impecable, quizás a excepción de algún problemilla relacionado con la acústica de su guitarra durante la interpretación de algunos cortes. Consiguió plasmar ese ramillete de sonoridades que se expanden en los casi veinte temas integrados en ese “Visions of Us on the Land” que ha dignificado la sobrevalorada trilogía del hombre perdido en busca de sentido y que me/le perdone el doctor Frankl. Con todo insisto en un argumento anterior: Damien, no es que ahora no me gustes, pero antes molabas más.
 
 
Antes que él salieron a escena los canadienses The Weather Station, proyecto de folk suavecito -tirando a ñoño-, al frente del cual se haya la actriz de culebrones Tamara Lindeman. Tenía cierto interés en ver como se desenvolvía sobre el tablao ya que su disco de 2011 “All of it was mine” está bastante bien. Pero . Otra ración más de chica con guitarrita pero sin punch. La actuación se resume en un seguido de canciones que parecían todas una. Eso sí, la voz muy bonita y mucha sensibilidad y ternura y todas las mandangas que suelen añadirse en estos casos.  Más aburrido que un terremoto de seis grados en la escala Richter para un chileno. Durmió hasta a las ovejas.   
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...